jueves

La Luna de Miel

Todo el mundo sabe que se llama así a esos primeros días, tras la boda, en los que los novios disfrutaban de un tiempo de transición entre la soltería y el nuevo estado, ya que eran días en los que aún no se tenían que enfrentar a la vida cotidiana, con las nuevas obligaciones. Por el contrario, la nueva pareja tenían la posibilidad de estar solos, estrenar intimidad, y los más afortunados hacer un pequeño viaje a alguna ciudad dentro de Andalucía.
Pregunté a las mujeres del grupo cual era la expectativa que tenían respecto a esa primera vez: la noche de bodas. Naturalmente se trata de un tema muy íntimo y por eso los comentarios giraron en torno a la falta de información que se tenía en aquella época, y consecuentemente el nerviosismo y hasta el miedo con el que se iba a ese encuentro. Definitivamente:  era una experiencia a la vez ansiada y temida, y no siempre satisfactoria.

Yo creo que las expectativas eran negativas… Mi primera noche fue en Puerto Real, luego fuimos a Cádiz y luego volvimos. Yo llegué aquí sin enterarme de ná. Es que nosotras íbamos al matrimonio totalmente ignorantes…” (Isabel)

“Yo no imaginaba nada. Las historias que se escuchaban eran negativas, como metiendo miedo. Eso sí lo recuerdo” (Manuela).

“Pues yo no tenía miedo… A mí sí que me dijeron las amigas que llevara una toalla, un paño, o una sábana” (Mª Luisa).

“A mí las amigas me metieron una sábana pa ponerla en la cama. Me decían: Por si te hace falta… Y yo decía, pero ¿pa qué es esto…? Si en los hoteles hay sábanas… No entendía nada… “(Isabel).

“Y mi madre tan avanzá como era… en eso ni una palabra. Siempre decía: Que hay ropa tendía…”(Mª Teresa).

“La noche que me casé la pasé fatal porque me tuvieron que llevar al médico de lo mala que estaba… Yo no sé qué me paso… Y cuando empecé a estar bien me vino la regla. Luego, cuando se fue la regla, ya nos teníamos que venir. Total, que estuvimos ocho días de viaje. En Jerez, a la vuelta, es donde hicimos a mi hija la grande. Desde que nació ella había que tirar pa´ trás. Porque la niña estaba mu malita y no podíamos permitirnos tener más familia. Pero lo que es disfrutar…disfrutar de estar a solas con tu marío… Desde que se me retiró la regla es cuando yo he disfrutao, en to. Porque el susto está siempre ahí, el susto a quedarte embarazá. Ahora que eso que se escucha por la radio por la noche. Una muchacha, por ejemplo, que conoce a un muchacho y se acuestan aquella noche y ya está, la deja embarazá…. y si te he visto no me acuerdo. Eso a mí me parece que no es disfrutar…” (Gregoria)

El ajuar

La pedida de la novia, el ajuar, los regalos y la ceremonia

Todas comentan que en aquella época, la ceremonia de pedida de la novia era algo muy poco importante. Se hacia una cena con los padres de uno y de otro y nada más. Pero no había fiesta ninguna.
Manuela tiene recuerdos de cuando servía en casa de una familia pudiente de Ubrique:

“Me acuerdo de que yo estaba sirviendo en una casa y un día vinieron los consuegros a una cena porque se casaba una hija. Me acuerdo yo de aquello, que fue una cena mu importante”. (Manuela)
Manuela con su marido
“A la pedida... iban los padres de los dos. En este caso, mi prima, que hacia el papel de madre, y mis primos que ya estaban casaos. Una reunión normal, pero sin celebración ni nada. Ellos se conocían, pero nunca habían hablao mucho con él. Entonces los novios no entraban a comer ni nada. Iba a verme a casa, pero sólo se sentaba allí y hablábamos. Los muebles los pagaron los padres de él y toda la ropa de él. Yo lo mío: la ropa de cama, la ropa interior, el ajuar de cocina: platos, vasos, esto y lo otro, vaya to lo que hace falta pa una casa. Y luego, los amigos y vecinos te hacían un regalito, poca cosa. Por ejemplo: dos tazones con el plato de desayuno, licoreras de cristal, de esas mu bonitas, con un plato y unos vasitos de cristal.
Tazas y azucareros de un ajuar
Dos o tres azucareros, un frutero de cristal, las tacitas… tengo todavía unas muy graciosas que me regaló una muchacha… Esas me las llevé yo al campo y las puse en un chinero mu bonito que tenía allí”. (Pilar)
Pilar el dia de su boda
“Yo compré mis platos, mis pocillos, vasos de todas clases, una mesa redonda, seis sillas, un butanito de dos fuegos y luego, los colchones, que eran de lana”. (Gregoria)

La cocina de butano de la época

El mío era flex… Es que ya era otra época…”,  comenta Mª Luisa. 
Una muestra de lana de las que se usaban para los colchones 
Isabel amplia algo más su relato y comparte con nosotras otros aspectos de su boda, del ajuar y del convite.
 "Sus padres vinieron a hablar con mis padres pa preparar la boda. Verás … A mí él me puso un ultimátum. Fíjate que algunas se pensaban que yo estaba embarazá. Ahora me acuerdo... Él llevaba unas semanas fuera de la casa… to eso por la bebida. Sus padres le regañaban… Es que era la oveja negra de la familia. Se había ido a Sevilla, Granada… días y días…Me ponía un telegrama de cada sitio donde estaba. La madre le cayó mu malamente eso de que me pusiera los telegramas. Fíjate que lo que le pasara con sus padres nunca me lo dijo, vaya, que se ha muerto y no me lo ha dicho. Luego, a la vuelta, me dijo: Si tú me quieres, no me tienes que exigir mucho. Quería decir que no hiciera mucho gasto pa la boda. Y yo loquita… Mi madre iba comprando las cosas poco a poco, como se hacía entonces. Llevaría yo en el ajuar unos cincuenta vasos y un montón de pocillos, uno de un color, otro de otro. Una sartén, un perol… Me casé en el 1965.
Los novios y la madre de Isabel en medio
 Ese día me levanté y empezaron a prepararme y vestirme y mi suegra llegó y me dijo: ¡qué guapa! Ella quería que yo me fuera andando a la Iglesia, pero yo no, porque con los tacones… Yo quería un coche. Después la celebramos en un bar que era donde se celebraban muchas bodas. Le decía “El Pañolao”. Con tapas: jamón, queso, aceitunas… A mi boda yo creo que fueron unas doscientas personas. Es que mi suegra tenía diez hijos… , vaya mucha familia…
Mi traje fue muy bonito, blanco y con cola y velo largo… Alquilamos la casita al dueño de la fábrica, y él compró la habitación. El convite lo pagamos entre los dos. Trabajábamos los dos y por eso lo pagamos nosotros. Y la gente… como estuvimos tres meses desde que él volvió decían: “Este trae familia, este trae familia”. Pero vamos, que eso se supo luego, porque hasta los catorce meses no nació mi hijo. La verdad es que era un hombre detallista. Eran diez en la familia y siempre decía que era la oveja negra. Yo pensaba que la familia la había tomao con él, pero después, cuando lo conocí, me di cuenta de que tenían razón”. (Isabel)

“Yo me casé en el año 46. Dice Rafaela.
Tenía diecinueve años. Y nos casamos, pero sin permiso de mi familia. Yo quería bautizar a mi niña y un señor… se llamaba Robustiano, le escribió una carta a mi madre, pa que me dejara casarme por la Iglesia, porque así podía bautizar a la niña. Ya ella me mandó los papeles, pero no vino a la boda. Mi vestido era azul: un traje con manga larga, pero sin chaqueta. Nosotros no hicimos casi na. Vinieron los dueños del campo donde estábamos y los padrinos que eran también del campo. De familia, nadie”. (Rafaela)

“Yo fui de blanco. Mi cuñá me prestó el velo y la corona, porque llevaba mu poco tiempo casá y vine andando desde la cruz del Tajo toa la calle real hasta la Iglesia”. (Gregoria)

Y Mª Teresa se centra en una anécdota del día de la boda:

Fíjate, yo me acuerdo de una anécdota de ese día. Cuando salimos de la iglesia, por la calle real nos tuvimos que parar porque estaban descargando un camión… Yo también lo celebré en El Pañolao. Había dos salones. Nosotros fuimos a Sevilla y nos metieron a un tío mío en el coche, porque tenía que ir a un mandao a Sevilla, en el taxi. El que me llevó a la Iglesia era amigo de mi madre. Mi madre me hizo el vestido. Me lo hizo ella y una amiga: Anita, que cosía mu bien. El tocado también. El camisón, la combinación y esas cosas de la muda de novia, me lo trajeron de Sevilla”. (Mª Teresa)

Paca y Mª Luisa vinculan tristemente ese acontecimiento a la pérdida de sus respectivas madres. Es curioso, pero a finales de los sesenta del siglo XX, e incluso más tarde, aún se guardaba el luto durante muchos meses, con velo incluido. Así lo explican ellas:

Yo me casé a los pocos meses de la muerte de mi madre ( final de años sesenta) y me tuve que quitar el velo que todavía lo llevaba. Llevaba un traje de chaqueta negro. Año y medio lo llevé, hasta que me quité el luto.
Imagen de la época de una mujer con velo y ropa de luto
Pero pa la boda fui vestida de blanco, pero no se celebró na. Siempre me acordaré de que no invité a unos vecinos que teníamos mucha amistad y cuando llegamos de la Iglesia, los vecinos estaban haciéndole compañía a mi padre. Siempre me acordaré… le decían Antonio Vega. No pensé yo eso, porque no íbamos a celebrar na. Y me acuerdo de que me regaló esa familia media docena de vasos con filo dorao precioso. Ni hicimos invitaciones ni na. Yo me acordaba de que mi madre no me iba a ver vestida de novia y sufrí mucho. No fue un dia alegre. Luego, nos fuimos a Palma de Mallorca de Viaje de novios y mi mario me dijo: “A Palma de Mallorca no voy yo contigo vestía de negro”. Entré en una tienda en Sevilla y allí me compré ropa de color… dos cositas o tres”. (Paca)
Mª Luisa en pleno relato
Yo también me acordaba mucho de mi madre ese día. Nosotros fuimos en persona a invitar a cada familia. Fueron unas cien personas más o menos. No estábamos de acuerdo en hacer invitaciones. A mí me pasaba como a Paca, me acordaba mucho de mi madre, que ya no estaba”. (Mª Luisa)
Y todas coinciden en la forma cómo se celebraba el baile.


En la celebración se hacía baile. Normalmente con acordeón y bandurria. Sevillanas antiguas, los pasodobles, los abandolaos. Dos pasos pa´ lante y dos pasos pa´trás. Eran como malagueñas… o boleros... mu antiguos. Parecío a los verdiales, de por ahí de la parte de Málaga…”

martes

Ritos de paso: Las cuatro Marías

La vida de las personas en cualquier sociedad es una serie de tránsitos de una edad a otra, de una ocupación a otra, de un estado civil a otro. Cada ciclo vital, por ejemplo, se suele cerrar con algún ritual o costumbre, mediante la cual se deja atrás una etapa de la vida y se da paso a algo que todavía no conocemos y para lo que no estamos preparados. De ese modo, además, se informa a la comunidad de la nueva situación social de sus miembros. Así pues, los ritos de paso tienen ese sentido de marcar una transición, una frontera. Señalan esa especie de crisis entre un antes y un después en cada ciclo vital. Todas las culturas han desarrollado algún tipo de ceremonia, costumbre, o ritual para señalar los cambios de rol o de estatus de los individuos dentro de su comunidad. El nacimiento, la pubertad, el matrimonio o la muerte son ejemplos claros. En todos estos momentos y dependiendo de cada cultura y etapa histórica, se celebran rituales, aunque la mayoría de veces éstos son poco conscientes, por la fuerza que tiene la costumbre. Ciertamente, pocas veces nos preguntamos por qué hacemos lo que hacemos, simplemente actuamos como se espera que lo hagamos.

Aunque en el mundo actual estos cambios en la vida de las personas son muy difusos, no ocurría así en las sociedades tradicionales, en las que el lugar que ocupa cada individuo en su comunidad está marcado por la cultura y permite poca espontaneidad. Un ejemplo de esto lo tenemos en la España rural de hace pocas décadas.

Cuando a una joven le llegaba el momento de casarse, ese paso estaba completamente ritualizado. El proceso de transición entre un estado y otro no era algo individual o privado, sino que se consideraba un acontecimiento del que participaba de una u otra forma toda la comunidad.
Desde la pedida de mano de los padres del novio a la familia de la muchacha, momento en el que se hablaba del ajuar que cada uno aportaba, o de la financiación de la boda, se sucedían una serie de pasos, cada uno de los cuales había que cumplir.
En algunos pueblos andaluces, por ejemplo, la novia enseñaba el ajuar que ella misma había bordado. Se exponían las prendas de ropa íntima, las sábanas, toallas, manteles… en una habitación habilitada a ese fin. Las vecinas, amigas y familiares pasaban por allí y podían comprobar y comentar las dotes de la chica casadera para las labores de su género. Y no sólo eso, sino que de esa forma se marcaba el estatus social de la familia en cuestión. Porque sólo quien tenía mucho para enseñar, organizaba tal evento.  En Ubrique, algunas muchachas lo hacían, como es el caso de Pilar, que lo explicó así: 

"Yo me hice jueguecitos de sujetadores, bragas, camisones… todo hecho por mí y por mi prima. Antes se exponían las ropas de las novias. Mi prima se empeñó. Ella dijo:
- Anda, que tú tienes muchas cosas y muy bonitas. 
 Eso era una costumbre. Pasaban por allí las vecinas, las amigas… Una habitación entera, con todo expuesto" .
Rafaela y Gregoria observan con atención el sujetador del ajuar de Manola

Manola con un peinador, prenda muy habitual en la época en que se casó
 Otro de los rituales más conocidos, aunque muy diferente entre unos lugares y otros, es el de hacer la cama de los novios. Esta costumbre tenía sentido cuando la pareja (al menos en teoría) no había mantenido relaciones sexuales durante el noviazgo.

Sobre otras prendas bordadas, el sujetador, confeccionado por las manos de Manola.
La habitación constituía entonces una especie de altar, un lugar simbólico en el que se consumaba ese acto que culturalmente marcaba una frontera entre el antes y el después. De ahí que los novios quedaran al margen de ese ritual. Las jóvenes de la familia, o las amigas de la novia, sobre todo, se encargaban de hacer primorosamente la cama, aunque también se conocen otros aspectos de la cuestión ciertamente menos amables. Así ocurre con la costumbre de poner objetos, o productos variados debajo de las sábanas, o dejar el colchón de tal forma que durante la noche diera algún sustillo a los novios.
Prenda íntima de la época del ajuar de Manola
Sobre estas cuestiones nos hablan las mujeres de Ubrique. Llama la atención en este sentido, el ritual llamado de Las Cuatro Marías. Que las muchachas encargadas de hacer la cama tuviesen ese nombre hace pensar en la Virgen María y no sería extraño que todo ello estuviese relacionado con la virginidad que se esperaba de la novia. Lo dicho: no solemos preguntarnos el porqué de las cosas que hacemos. Así ocurre con ellas. Lo cuentan, pero no tienen una explicación sobre la costumbre.


"Aquí había una costumbre pa la preparación de la cama de la novia. Le llaman “Las cuatro Marías”. Cuatro muchachas con el nombre de Maria era las encargadas de hacer la cama. La novia no estaba presente en ese momento.
Sí… sí… Podía ser una cuñá, una vecina… pero cuatro Marias. Además metían una "Hoa" en la cama. Quiere decir una cosa de broma pa los novios. Cuando tu ibas a acostarte y chocabas con aquello. La cama no estaba bien, porque le ponían hasta garbanzos… aquello…había de to. ¡Pa hacer un puchero, vamos!
A mis hijas también se la hicieron tres Marías. A una de ellas fueron solteras, Pero a la otra, como no había suficientes solteras…la tuvo que hacer una casá... (Gregoria)
 A una amiga le cosieron las sábanas pa que no se pudieran meter dentro. Bromas así se hacían… (Mª Luisa)
A mí me metieron garbanzos, fideos, arroz…. ¡Ay qué pena!  (Isabel)
A mí me hizo mi prima mi camita y no me pusieron nada. Fueron también algunas amigas de la fábrica. Yo llevaba unos pocos juegos de sábanas de la Viuda de Tolrrás…todavía los tengo. Esas sábanas son más pequeñas y ahora ya no sirven. (Pilar)
A mí me la hizo una amiga que se llamaba María. La novia no la hacía. Todavía se hace eso de las cuatro Marías. Cuando se casó mi hija, estaban haciendo la cama y una de las primas dijo: una tiene que saltar encima de la cama y la que no quiera saltar ya sabemos por lo que es… (Manuela)"

jueves

Un buen marido... tenía que ser trabajador.

 "Un buen marido tenía que ser trabajador, que conociéramos a la familia: hijo de mengano… Si le gustaba el vinillo. Lo de bebedor… cuando se casan se echan a perder… "

Con esta frase respondieron las mujeres a la pregunta por el marido ideal en la época en que ellas tuvieron que elegir. Luego, fueron relatando, cada cual según su criterio, necesidad o valentía, las historias más o menos completas, las pequeñas anécdotas, los recuerdos que aún pueden aflorar, en torno a esa edad tan dulce, en la que todavía no eran capaces de vislumbrar el camino que seguirían sus vidas.


Estas fueron las deliciosas confesiones de Mª Luisa:


"(....)Yo no tenía pensamiento de novio. Quería estar con mis amigas… el juego, las risas… pasarlo bien. Estuve en Sevilla cinco o seis años y allí recuerdo cómo me gustaba cantar en la cocina, lo alegre que era. Y abajo vivía otra familia que tenían un sobrino que me escuchaba y siempre me decían: M. Luisa, ¿no te gusta mi sobrino? Que si por aquí… que si por allí… 
 
M. Luisa, muy joven, cosiendo en la puerta de su casa
Pero yo, aunque tenía pretendientes, también tenía claro que no quería novio hasta después de los dieciocho. Luego, me lo eché un poco más mayor, con veintitrés años. Como te digo, yo no echaba cuentas de los novios. Yo era como mu niña.
Yo lo que tenia era mucha fantasía… lo veía todo como las novelas de amor. Me enamoraba como mu platónico. Yo decía… hasta que no llegue el mío… A lo mejor cuando nos paseábamos, yo decía: ese muchachito qué mono. Durante un tiempo me estuve escribiendo con un muchacho de Sevilla. Cuando me escribía con ese muchacho, me hice ilusiones, pero tan lejos… en Madrid nos llegamos a ver. Fui con mi padre y él me vio, fuimos a misa, al retiro, cosas así. Me acuerdo que era mu alegre… sus ojos parece que me hablaban… Y también me acuerdo que le gustaba hablar mucho, Yo me sentía mujer con él. Me gustaban los rubios, aunque luego el mío fue moreno. Nos metíamos en el paseo por dentro, en el grupo de amigas, pa que no se acercaran. Pero yo no me daba cuenta de por qué hacíamos eso, ya te digo, es que era mu niña...
 M. Luisa en su primera juventud, con su grupo de amigas y amigos
Por entonces me acuerdo que se echaban muchas serenatas. A mí por lo menos me las echaban algunas veces. ¿Os acordáis de aquella canción que decía…? (...)
Ay María, mi María
     cinco letras de mujer….
cinco letras nada más
cinco letras cariñosas
que no olvidaré jamás





*************

Isabel habló de su relación casi infantil con el hombre con el que luego se casaría y al que perdió siendo muy joven.  
  
(...) Yo no he conocío na más que a mi mario. Con doce años ya nos conocíamos, ya ves lo que podría yo saber de la vida. Ni pa pasearse ni pa na. El hermano se paseaba con una prima,  que íbamos juntas y él se venia con nosotros. Paseos pa arriba y pa abajo… Venia del campo y ya estaba allí esperando. Mis padres no querían y también me tenia que esconder en el paseo… Los hermanos varones te vigilaban y tenían tanta autoridad como los padres. Así estuvimos hasta que a los dieciocho años le dieron permiso pa que entrara en la casa. Me llevaba un poquito más pa allá de la puerta y un dia se presentó en la casa y ya había hablado con él.  Que no se podía la mano "poncima", ni la manita... To era pecado.
Isabel con su novio
Una vez me vieron con la mano cogía y se lo dijeron a mi madre… Yo era una niña, con doce años y él… más o menos igual. Además empezó a beber de soltero. En la misma fábrica donde trabajaba, había una bodega y allí se pasaba las horas. Él era mu trabajador, pero lo perdía to ahí. Antes de ir a la mili y fue cada vez más, cada vez más. Yo era consciente, pero es que estaba ciega…, pero ciega… Bueno, seguramente no sabía que eso era tan malo y me iba a afectar tanto y que aunque él bebiera mi casa iba a ir pa´lante. Que todo era gloria bendita.
Foto familiar de Isabel
Si, sí, buenísimo, buena persona,  pero digo yo si puede ser buena persona alguien que no mira por su casa y por sus hijos. Un dia y otro y otro… eso he pensao muchas veces...  En esos primeros momentos era mu cariñoso, pero terminó de momento. Yo veo a la juventud… que no es que la critique, pero pienso que yo nací demasiado pronto, que no pudimos disfrutar nada (...)
                                              
                               *********
La historia de Gregoria se centra principalmente en el control que ejercían los padres sobre las muchachas casaderas y la poca libertad de la que gozaron las mujeres de esa generación. Estas fueron sus palabras:


(...) Yo en esa época decía: mira qué guapo está este o  aquel… eso sí, pero a mí nunca me dijeron na… Un amigo de mi hermano me dijo que estaba enamorao de mí y yo le dije: yo enamorá de ti no. Él me dijo: te tienes que arrepentir…  
Gregoria en el paseo con una amiga

 A la hora de salir, a mi mis padres… lo único que me decían era: a las diez aquí. Mientras había luz estábamos limpiando, lavando y haciendo cosas en la casa y en la calle después de las diez no me dejaban. Una vez me fui con un grupo de muchachas de la fábrica sin decirle na a mi padre. Íbamos treinta y tantas a Benahocaz andando. Estaban descargando un camión de cochinos… de las treinta una que iba delante, un cochino corriendo detrás de ella… fue un rato que era una pechá de reir con aquello. A la vuelta cuando llegué a mi casa… que veníamos por la carretera abajo cantando… bueno, ¡qué bien lo pasamos! Pero yo ni me acordaba de que no le había dicho na a mi padre. Cuando llego a mi casa le digo: Papá, ¿y mamá donde está…? Mi padre… ¡ Cómo se puso! Mi madre estaba ayudando a la vecina que tenia cuatro niños y le ayudaba muchas veces, y yo me tuve que poner a hacer la comida. Tendría yo  catorce o quince años entonces. Pero él como era tan fino… nos encontró. Yo le monté una bronca… Le dije que se lo diría a su padre, que no dejaba en paz a mi hermana. Al otro día se encontró en la barbería a mi padre y se pensaba que ya le iban a decir algo… se fue el muchacho porque estaba asustao. Al final se arregló con él y se casaron. No sé qué paso, pero dos años y pico estuvo así. Yo con mi novio cuatro años estuve, y de casá cuarenta y dos. (...)
                                  ************
 Mientras cuenta cómo inició su relación, Manuela reflexiona, no sólo sobre su propia situación, sino sobre la mentalidad que se transmitía a las jóvenes casaderas y el lastre en que se podía convertir haber tenido un novio. Todo eso condicionaba totalmente la libertad de las muchachas en ese sentido.


Estas fueron sus palabras:

(...) Yo era mu joven, catorce años mas o menos. Aunque nosotros estábamos en el campo… cuando venia al pueblo lo veía. Yo entiendo que cuando se tiene una edad las cosas no se entienden. Que los padres te digan: que eres mu joven… que ya tendrás tiempo… eso a lo mejor en ese momento te duele, pero luego ya lo entiendes.
Manuela, una tarde de baile, pero muy sola
Yo me daba cuenta de que tener novio ya me ponía en una situación de que ya no podría tener otro novio. No hacía falta que hubiera habido una relación sexual con el muchacho. Creo que no tuve tiempo de tener fantasías… Él era guapito, a lo largo de los años ha sio una persona… bueno… Eso hay veces que no se puede explicar.
Manuela, con su novio en un día de campo
 Sabes que estás deseando de ver esa persona, como una obsesión… difícil de explicar. Como la historia de Encarna, yo creo que la falta de experiencia estaba en mi y él tenía experiencia. Yo veía profundamente que él tenía locura con mi físico, que no le caía bien que me miraran… No sé decir si eran celos… Bueno a mi me dicen que con doce años tenía el mismo cuerpo que ahora. Y después… siempre los mayores decían: se bebe un vasito, pero ¡es tan bueno…! Pero nunca te ha pegao… La mentalidad era esa (...)

Y varias de sus compañeras lo confirman de esta forma:
"Eso sí, si tu tenias más de un novio ya te criticaban mucho. Decían: ¡Esa, esa ya ha tenío novio y está harta… no de comer, sino … ya sabes … Pero vamos, a ver, ¿qué hartas podíamos estar…, que ni la manita nos dábamos…?"

Paca, a la izquierda, con su prima María Rios
Paca, con mucho sentido del humor, refiere al poder de persuasión que tenía en ese momento la religión católica sobre las jóvenes. Pilar, su compañera, tuvo que dejar de pertenecer a la Acción Católica, para poder expresarse con más espontaneidad con su novio, sin tantos sentimientos de culpa. Ella vuelve sobre el tema y explica:

(...) Me ha venío a la cabeza lo de la insignia. Yo también tenía insignia. Es que no se podía ir ni al cine ni al baile. Mi marío quería ir al baile en Sta. Maria. Yo no quería baile. Al día siguiente me dicen que mi novio estaba bailando con una… Y yo dije: fuera la insignia. ¿Voy a perder mi novio por la insignia…? ¡Ni mijita, vamos, ni mijita!
Vaya,  que en cuanto conocí a mi marío, es que…ir al cine de verano y que te pusiera el novio la mano por detrás…Que no podías llevar la insignia si hacía eso… ya ves, la mano por encima. Siempre se decía: "el buen paño en el arca se vende". Vaya que te tenías que quedar ahí guardándote… También digo una cosa: eso de ponerse en la calle a besarse y la pierna por arriba… eso no es disfrutar. Yo tenía un muchacho detrás, pero no me gustaba… Mi marío desde primera hora me llenó (...)

Rafaela: Mi mario no es que fuera guapo... pero tenía un corazón mu grande

Conocí a mi mario cuando estaba haciendo el Servicio Militar en Chipiona… Yo tenia trece o catorce años cuando lo conocí. Yo iba con mi madre buscando leña pa la candela y me vio. Nos quedamos… fue un flechazo. Averiguó donde vivía y me vino a buscar. En la esquina de mi calle me esperaba y mandaba a algún niño pa que me avisara. Él era un soldao en un detacamento de Cádiz, pero lo conocí en Chipiona. Cuando mi madre se enteró que yo le hablaba a un soldao…¡Las palizas que me daba…! Se decía entonces que los soldaos se aprovechaban de las muchachas y luego cuando se licenciaban se iban y las dejaban. Luego se demostró que no fue así, pero me pegaba mi madre… Me acuerdo de que yo estaba en una esquina de la puerta la calle y él en la otra y tenía un gorro de soldao y cuando mi madre veía la sombra, ella ya estaba alerta… Además... yo tenía dos hermanos chicos y no me podía pasear con él porque ellos se lo decían a mi madre y me pegaban delante de él. Y él le tenia que decir: no le pegue usted, que no ha hecho na malo. Él no es que fuera guapo, es que tenía un corazón mu grande.
Rafaela, con su marido, muy jóvenes
 Al final tuvieron que aceptarlo. Pa mi era el hombre ideal. Yo no quería un machista, eso desde luego… Y no me tocó. Le hablé cerca tres años, pero él no entró nunca en la casa. Ella no lo dejó. Nosotros… siempre en la calle. Se licenció y se vino pa Ubrique. Entonces me buscó trabajo en una fábrica pa que yo trabajara. Una vez que estuve aquí dijo: nos vamos a casar. Tenía diecinueve años. Y nos casamos, pero sin permiso de mi familia. Al año nació mi primera hija. Yo quería bautizarla y un señor… Robustiano le escribió una carta a mi madre, pa que me dejara casarme por la Iglesia. Me tenía que casar y bautizar a la niña. Yo no hice boda, ni na. Ya ella me mandó los papeles y no vino a la boda. Mi padre ya había muerto. Tengo una poesía referente a eso… La tengo en la memoria…