Hubo una vez una aldea que estaba rodeada de montañas, por donde pasaba un arroyo. Cerca de aquel arroyo había una cabaña donde vivía una familia humilde. Aquella familia tenía una hija muy pequeña que era quien criaba y guardaba los cerdos.
Un día una cerda tuvo cuatro cerditos y la niña tuvo mucho más trabajo. Al día siguiente un cerdo, el más pequeño, se fue para el sembrado que su padre estaba cuidando y la niña sin saber qué hacer le tiró una piedra y sin querer le dio en la cabeza y como era todavía muy pequeño, lo mató. La niña lloraba desesperadamente pues creía que su papá le iba a reñir, pero se quedó muy asombrada cuando vio que su papá no dijo nada , porque comprendió que su hija era todavía muy pequeña para cuidar cerdos.Al cabo de mucho tiempo, cuando la niña había cumplido diez años, vio al lado de su cabaña, que había cambiado mucho, una cruz en la que ponía R.I.P. y se quedó muy extrañada, pero le preguntó a su papá y le contó toda la historia de cuando era pequeña. Cuando pasó un tiempo, sus padres y ella se fueron a la ciudad. Pero la niña siempre recordaba su historia, contándosela a sus nuevos amigos.
Este relato lo escribió Gregoria Lamela en la época en que asistió a la escuela de adultos, donde aprendió a leer y a escribir. Gregoria tuvo una infancia de niña de campo y por eso sus recuerdos están muy ligados a esas labores que, desde muy chica, ocupaban su tiempo; entre ellos el cuidado de los animales, a los que les tomaba mucho cariño. Esta historia tan tierna es fiel reflejo de cómo aquella niña tan responsable cuidaba y quería a sus animales.
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